El 29 de mayo de 1969, la represión de las movilizaciones derivó en una batalla campal en toda la ciudad, durante la cual los vecinos se unieron a los manifestantes e hicieron retroceder a la policía. Dos días después, el Ejército pudo retomar el control, pero las luchas continuaron en todo el país.
Durante casi todo el mes, la situación política y social de la Argentina viene bullendo como agua hirviendo en una olla a presión cuya tapa amenaza con volar por los aires. Para sus últimos días, mayo de 1969 ya se perfila como el momento que marcará un antes y un después para la viabilidad de la dictadura que se autodenomina de manera pomposa “Revolución Argentina”. El único que no parece tomar conciencia de los hechos y de sus consecuencias es el general apoltronado en la Casa Rosada, Juan Carlos Onganía, que todavía no despierta de su quimérico sueño de permanecer veinte años en el poder.
El primer conflicto estalla en Tucumán y tiene el efecto de un primer chispazo sobre un reguero de pólvora que corre por otras ciudades, como Córdoba, Corrientes, Rosario y Mendoza. La única respuesta de Onganía (a quien sus compañeros de armas llaman a sus espaldas “El Caño”, no por lo potente sino por lo hueco) es una represión sangrienta, que viene cobrándose muertes.
El jueves 29 (ante la inminencia de un paro general convocado las dos centrales sindicales para el día siguiente) las tapas de los diarios nacionales informan que rigen los consejos de guerra militares en todo el país y que la dictadura (a la que no llaman así, sino “gobierno”) pone sus fuerzas de seguridad a disposición de los gobernadores provinciales para reprimir cualquier revuelta.
A pesar de las amenazas, ese jueves los obreros cordobeses están dispuestos a manifestarse otra vez en la calle, como dos semanas antes, pero con el correr de las horas y de los días, lo que comienza como una protesta gremial se transforma en una batalla campal durante la cual obreros, estudiantes y simples vecinos, unidos en la lucha contra las fuerzas de seguridad, llegan a tomar la ciudad.
“No hubo ninguna cosa mesiánica de toma del poder. Aunque hubiéramos podido hacerlo a la una de la tarde porque ya no quedaba un solo cana en la calle, ni guardia en la Casa de Gobierno”, recordará después el gremialista de Luz y fuerza Jorge Canelles, compañero de lucha de Agustín Tosco.
El Cordobazo, como pasa a la historia, se convierte así en un momento bisagra de la historia política argentina que marca, además, el principio del fin no solo de la permanencia de Onganía en la Casa Rosada sino de la existencia misma de la dictadura.
Es también, el punto más alto de una conflictividad social que en menos de un mes, ese mayo de 1969, adopta nuevas formas y encuentra por primera vez a obreros y estudiantes unidos en la lucha.