El cardiólogo argentino Oscar Cingolani explica por qué las desigualdades sociales cambian el paradigma de la medicina actual.
Las desigualdades sociales no son inocuas, dejan marcas en las generaciones actuales y en las venideras y tienen un impacto directo en la salud pública de las sociedades. Tampoco lo son la desnutrición, la automedicación, el exceso de alcohol o el consumo de estupefacientes.
Todas estas condiciones se meten “debajo de la piel” de las personas vulnerables, quienes se convertirán de manera inexorable en futuros pacientes, con sus organismos cargados de déficits nutricionales, de las consecuencias del sedentarismo y de enfermedades asociadas, que conformarán la genética de esas poblaciones pobres y vulnerables. Este combo impulsa el cambio del paradigma en torno de la mirada de la medicina.
El paper publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos (PNAS) – una de las más prestigiosas del mundo por su restrictivo criterio para seleccionar estudios de máximo nivel científico— planteó que las personas que viven o crecen en condiciones de vulnerabilidad expresan una cierta genética que las predispone a enfermedades transmisibles, no transmisibles y crónicas, en lo que se conoce como epigenética o se podría interpretar como una suerte de genética de la pobreza.
En el estudio se hizo el seguimiento de un grupo de más de 4.500 de niños y adolescentes por 20 años, hasta que llegaron a una edad adulta de entre 30 y 35 años. Entonces, se les extrajo sangre y vieron que muchos tenían genes que en la actualidad los científicos saben que están relacionados con enfermedades autoinmunes, distintos tipos de cáncer, hipertensión arterial, diabetes y con organismos que poseen escasas posibilidades de respuesta para combatir enfermedades virales.
Los expertos están comenzando a analizar de qué manera vivir en la pobreza predispone a cambios en la genética de cada individuo y deja expuestas a las personas a desarrollar enfermedades crónicas en la adultez.
La genética de la pobreza: qué dice el estudio
El paper publicado en PNAS y que rescató Cingolani se basó en un estudio poblacional que analizó la expresión génica en la sangre periférica de adultos jóvenes de Estados Unidos, con un promedio de edad de 30 a 35 años. El resultado reveló desigualdades basadas en el estatus socioeconómico y en los fundamentos moleculares de las afecciones crónicas más comunes del envejecimiento. Las asociaciones involucraron vías inmunitarias, inflamatorias, ribosómicas y metabólicas, y señalización extracelular e intracelular. El índice de masa corporal fue un mediador plausible y considerable de muchas asociaciones.
“Los resultados apuntan a nuevas formas de pensar sobre cómo las desigualdades sociales ‘se meten debajo de la piel’ y también exigen esfuerzos renovados para prevenir las condiciones crónicas del envejecimiento décadas antes del diagnóstico”, dijeron los autores del estudio, pertenecientes al Centro Jacobs para el Desarrollo Productivo de la Juventud de la Universidad de Zúrich, Suiza; la Escuela de Medicina d la Universidad de California, Los Ángeles; el Centro de Población de Carolina de la Universidad de Carolina del Norte y el Departamento de Sociología de la Universidad de Texas.
Entre otras conclusiones, los expertos señalaron que muchas enfermedades crónicas comunes del envejecimiento se asocian negativamente con el nivel socioeconómico (SES, por sus siglas en inglés). El estudio examinó si ya se pueden observar desigualdades en los fundamentos moleculares de tales enfermedades en la década de los 30 años, antes de que muchas de ellas se vuelvan prevalentes.
Este paper, dice el Doctor Cingolani, da un vuelco realmente importante en el tema de la epigenética, que se analiza desde la década del ‘80. Es decir, la unión de la epidemiología con la genética. El pensamiento tradicional dice que nosotros heredamos grupos de genes de nuestros padres y que esos genes son estáticos, nosotros venimos con esa carga genética, crecemos con esa carga genética y morimos con esa carga genética. Y si tuvimos mala suerte de haber recibido una carga genética mala, bueno, vamos a tener enfermedades inflamatorias, hipertensión, diabetes, enfermedades coronarias, Alzheimer, cáncer.
Ya desde el año ‘80 se empieza a vislumbrar que, si bien cada uno de nosotros nacemos con una carga genética predispuesta, que puede ser buena, intermedia o mala, esos genes se pueden modificar a lo largo de la vida, y sobre todo en la infancia.
En este trabajo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos (PNAS) hace pocos días, siguieron a un grupo de más de 4.500 adolescentes, niños adolescentes por 20 años y les sacaron sangre cuando ya tenían 30, 35 años. Así vieron que tenían genes en la sangre, porque hoy por hoy podemos medir cierta carga genética en una muestra de sangre y vieron que algunos tenían genes que actualmente sabemos que están relacionados con enfermedades autoinmunes, con cánceres, con hipertensión arterial, con diabetes, y con escasa respuesta para combatir enfermedades virales.
Cuando se fue hacia atrás en ese grupo de personas jóvenes que tenían esos genes particularmente relacionados con enfermedades crónicas se vio que habían crecido en un entorno sociocultural bajo, con pobreza, con bajos sueldos, con estrés, con ansiedad, con no poder pagar cuentas, o sea esto para mí fue algo como ¡guau!: Esto es la genética de la pobreza.
Según este artículo, haber crecido en un ambiente pobre, ya provoca cambios en la genética que lo predispondrán a tener enfermedades crónicas, con lo cual esto es lo que hoy llamamos “medicina personalizada” o “medicina de precisión”. Esta pista genética nos va a permitir en el futuro determinar en un joven qué genes tiene, de acuerdo a su background y también trabajar en darle más recursos a esa población desde pequeños y prevenir esas enfermedades potenciales.