El músico falleció en España el pasado 22 de noviembre a los 79 años. Desde 1992, tenía una postura crítica hacia Fidel Castro. Había calificado de “fracaso” a la Revolución que alguna vez le inspiró canciones elogiosas.
Pablo Milanés fue uno de los fundadores de la Nueva Trova, el movimiento musical que fundó junto con Silvio Rodríguez y Noel Nicola en los ’60 y que tuvo gran auge durante las siguientes décadas proyectando a la fama internacional a varios de sus epxonentes.
Autor de clásicos como “Yolanda”, “Yo no te pido” y “Yo pisaré las calles nuevamente”. En el amor o en la lucha, la coherencia de Milanés siempre estuvo al frente de sus obras y si bien nunca renegó de la Revolución, de la que se consideraba “abanderado”, supo criticar sus estancamientos con lucidez y sensibilidad.
Es cierto también que los músicos de la Nueva Trova fueron los juglares de la Revolución Cubana en los años en que muchos en América Latina miraban con romanticismo al socialismo caribeño y buscaban imitar aquel proceso.
Pero con el tiempo a Pablo Milanés se le cayó el velo. Con la honestidad intelectual que no tuvieron otros alzó la voz para denunciar las injusticias y los crímenes del castrismo.
El año pasado, reaccionó frente a la represión que se desató contra los cubanos que en julio de 2021 manifestaron su descontento en las calles en varias ciudades de la isla y, vale la pena recordarlo, fueron castigados con penas de prisión totalmente desproporcionadas, que no han generado ninguna reacción de los supuestos paladines de los derechos humanos que abundan por estas latitudes.
Se encargó de recordar lo que hoy los funcionarios cubanos fingen haber olvidado: “en el año 1992 tuve la convicción de que definitivamente el sistema cubano había fracasado y lo denuncié. Ahora reitero mis pronunciamientos”.
“A Fidel le critico la falta de libertad de expresión porque hay tantas cosas bonitas aseguradas por la Revolución que cuando ves que es capaz de encarcelar a un agent edurante 20 años porque habló dos o tres mierdas, no lo concibes”, había dicho cuando tomó distancia del castrismo.
Hay que decir que nunca fue un incondicional del régimen y había pagado un precio por ello. Pero esas “cosas bonitas” fueron las que le permitieron disculpar en cierta forma la dura experiencia que había vivido en su juventud cuando, como otros 50.000 jóvenes díscolos, fue confinado en lo que eufemísticamente se llamaban Unidades Militares de Ayuda a la Producción y no eran otra cosa que unidades de trabajo forzado. “Fui elegido para un campo de concentración”, contó más tarde.
Evocando aquel momento “brutal” para el joven de 23 que era entonces, dijo: “lo que hicieron fue condenar a miles de muchachos jóvenes simplemente porque pensaban libremente, ni siquiera porque pensaban lo contrario, sino porque eran librepensadores y tenían opiniones”. También lamentaba que el régimen nunca se hubiera disculpado por ese método soviético de represión de toda disidencia que tenía además un efecto pedagógico. Cualquiera que se atreviera a la menor desviación de la doctrina oficial sabía que le esperaba la reclusión en uno de esos campos o la muerte civil. O una cosa después de la otra.