Santa Fe implementó en las últimas décadas (intensificado en los últimos años) un modelo educativo facilista, altamente destructivo. Se impuso un dogma falsamente igualitarista, sin ningún reparo sobre las consecuencias prácticas.
Como toda utopía irrealizable, este modelo se impuso por métodos autoritarios. Se intervino en el aula y en los exámenes de manera centralista, se quebró la seguridad jurídica y se afectaron gravemente la sana exigencia, la autonomía escolar, la autoridad del docente y el clima áulico.
Según un sondeo a maestros de 2022, realizado por Docentes por la Educación, un 82,3% afirmó que ocurre de forma habitual que los alumnos promuevan de año sin haber aprendido. El facilismo no solo disminuyó fuertemente el desarrollo cognitivo general de la población, sino que aumentó la desigualdad o brecha educativa.
Conforme las pruebas Aprender 2021, Santa Fe, con una infraestructura escolar consolidada y comparativamente de altos recursos, se convirtió en la sexta peor provincia en Lengua en el sector socioeconómico bajo. Es lógico que sea así, porque el sector socioeconómico alto tiene más recursos para compensar las falencias del sistema. Es decir, no solo perjudicaron a todos, sino que lo hicieron aún más con los más vulnerables. Y todo esto en nombre de la igualdad. La gran pregunta es: ¿Cómo llegamos a este absurdo?
La falsa utopía que nos han vendido en Santa Fe (muchas veces erróneamente denominada “comunidad de aprendizaje”) es que la educación puede concebirse como un mero diálogo entre iguales. Es decir, como una charla de café. Allí no hay lugar para el examen, la calificación, la sanción disciplinaria, la exigencia, la reprobación, la repitencia, etc. No hay espacio para ningún tipo de sistema de incentivos, autoridad ni reglas.
Así, se ha provocado la anomia en las escuelas. Dicha anomia deseduca, embrutece, rompe el clima áulico, impide el normal desarrollo del aprendizaje, no genera hábitos ni competencias básicas y no impregna valores.